Las empresas de tecnología están procesando grandes volúmenes de información confidencial del paciente en el Reino Unido en una operación de minería de datos que es parte de la respuesta del gobierno al brote de coronavirus, según The Guardian.
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Presentación del Cuaderno de Estrategia 203 “Emergencias pandémicas en un mundo globalizado: amenazas a la seguridad”, en el CESEDEN el pasado 9 de marzo de 2020. Enlace al vídeo de la presentación: https://aucal.cloud.panopto.eu/Panopto/Pages/Viewer.aspx?id=27731cbe-0c72-4a35-af34-ab750123f1da Descarga del Documento: http://www.ieee.es/Galerias/fichero/cuadernos/CE_203_2p.pdf WEB: http://www.ieee.es/publicaciones-new/cuadernos-de-estrategia/2020/Cuaderno_203.html Más allá de las cuarentenas, el control eficaz de la epidemia requiere la trazabilidad de contactos. Pero, ¿puede reconciliarse esa trazabilidad con la privacidad personal?La TERCERA.COM
Desde que la pandemia se trasladó a occidente, varios expertos la han descrito como una batalla global por la privacidad. En un artículo del Financial Times, el historiador Yuval Harari enmarca la política para combatir el COVID-19 como “una elección entre privacidad y salud”, cuestión en la que ahonda en una entrevista en La Tercera. Del mismo modo, el New York Times publicó un artículo advirtiendo que la pandemia podría “abrir las puertas a formas más invasivas de espionaje gubernamental”. Estos riesgos, por supuesto, son reales. El coronavirus ha sido la excusa para reforzar el control autoritario en lugares como Hungría. Pero también hay alternativas que escapan a esta falsa dicotomía. De hecho, es posible ver este momento histórico no sólo como un enfrentamiento entre la privacidad personal y el control centralizado, sino como una batalla entre formas centralizadas y distribuidas de administrar información. Privacidad distribuida Hoy existen tecnologías que pueden trazar contactos en una pandemia sin incurrir en las invasiones de privacidad que muchos temen. El primer paso en la creación de estas tecnologías es separar el objetivo que se quiere lograr de la data que se pretende acumular. En el caso de la trazabilidad, el objetivo no es centralizar datos de las trayectorias de millones de habitantes, sino que busca notificar a una persona en caso que haya estado en un lugar contaminado o en contacto con un infectado. ¿Pero cómo podemos lograr este objetivo sin violar la privacidad personal? Hoy existen dos tipos de soluciones a este problema. Ambas, involucran el almacenamiento de data de manera local en teléfonos móviles. Esto permite distribuir la base de datos en millones de dispositivos. También, estas tecnologías están basadas en registros que caducan automáticamente en el tiempo, dado que las cuarentenas selectivas no requieren saber dónde estuvo alguien hace muchos meses. Lo que diferencia a los dos tipos de soluciones es si se enfocan en guardar información de los dispositivos que han entrado en contacto (creando una red de “persona a persona”), o en guardar información sobre los lugares donde ha estado un dispositivo (creando una red entre “personas” y lugares). Ejemplos de la primera opción son aplicaciones como Trace Together de Singapur o el proyecto europeo PEPP-PT (Pan-European Privacy-Preserving Proximity Tracing). A través de bluetooth, estas aplicaciones envían un identificador a otros teléfonos cercanos registrando así cada contacto. Este identificador cambia cada vez (como el “digipass” de un banco), ofuscando la asociación entre un identificador y un teléfono. Cuando un usuario de la aplicación resulta infectado, los identificadores asociados a ese teléfono son comunicados a otros dispositivos, los cuales pueden compararlos con sus bases de datos locales y verificar si han estado en contacto con una persona infectada. Así, se logra notificar a quienes estuvieron en contacto con un contagiado, sin la necesidad de centralizar datos o mapear una vasta red de contactos. La segunda opción se basa en mapear trazas geográficas, pero funciona de manera similar. Un ejemplo de esta tecnología es la aplicación Safe Paths del MIT. SafePaths guarda trazas de GPS de manera local en el teléfono por hasta 28 días. Cuando una persona resulta infectada, estas trazas pueden ser comunicadas con otros dispositivos que—usando su base de datos local—pueden chequear si coincidieron en los mismos lugares. Así, se puede notificar a una persona enviando coordenadas espaciotemporales, sin revelar la identidad de la persona infectada. Sin embargo, estas tecnologías no son infalibles. De hecho, están sujetas a limitaciones externas y poseen riesgos tanto tecnológicos como sociales. #InfraestructurasCovid, es una Comunidad de voluntari@s, profesionales de las infraestructuras y otros sectores afines -ingenieros, arquitectos, técnicos, etc- colaborando con el objetivo de ayudar y orientar de forma desinteresada y gratuita a los que toman decisiones públicas y privadas sobre infraestructuras durante la crisis, en la fase de recuperación y de cara al futuro. Contamos con el apoyo de asociaciones profesionales y comunidades de usuarios y estamos elaborando una guía para la creación y gestión de la Plataforma Nacional de Datos, que incluye principios técnicos y de gobernanza. Contacta con nosotros: [email protected] infraestructurascovid.org +34 913 081 999 Vía LA TERCERA.COM El físico chileno César Hidalgo dice que en Occidente estamos viviendo la “cuarentena del pobre” y usando las mismas técnicas para controlar la pandemia de hace dos siglos: quedarse en casa, con los consecuentes efectos para la economía. Advierte que si no desarrollamos tecnología que permita la trazabilidad, no podremos controlar el virus y que las aprensiones por el uso de datos “tienen mucho de película” El plan del físico chileno César Hidalgo era instalarse a vivir en Toulouse, Francia, en julio de este año. En septiembre de 2019 dejó el MIT, donde trabajó por 10 años por una cátedra ANITI en la Universidad de Toulouse, donde estará a cargo de armar un laboratorio para explorar los usos de la inteligencia artificial en la sociedad. Solo que ahora, en plena pandemia, no está seguro si podrá viajar. O, al menos, cuándo. Desde que el Covid-19 empezó a esparcirse por el mundo a ritmo acelerado, Hidalgo ha estado pendiente de todo lo que sucede y tratando de aportar. A través de Chilecracia, la plataforma de participación ciudadana que estrenó el año pasado, Datawheel, su empresa, ha estado subiendo datos y cruzándolos para observar con mayor detalle cómo avanza el virus en el país. Y lo mismo en Estados Unidos, con DataUSA. Eso, además de algunas investigaciones, proyectos y un libro que está a punto de lanzar sobre cómo los humanos juzgan a las máquinas lo mantienen ocupado en su encierro. Desde el 12 de marzo que está confinado con su familia en su departamento en Boston. Dice que no se la hecho difícil acostumbrarse a este nuevo ritmo. Su empresa se encuentra distribuida en varias partes del mundo, por lo que el teletrabajo es parte de su día a día. Este semestre, además ,no tiene que hacer clases y su oficina está a dos cuadras de su casa. Ahí se escapa de vez en cuando para usar su computador o hacer alguna llamada. Aún así, como experto en tecnología y big data, no esconde su frustración al ver cómo el mundo occidental ha enfrentado la crisis. “Todavía no hemos sido capaces de instalar las tecnologías de trazabilidad de contactos, que es lo que permite hacer cuarentenas mucho más focalizadas. La estrategia de Occidente ha sido bastante pobre: que se queden todos en la casa. Lo que el coronavirus nos ha enseñado es que básicamente tenemos un gran problema de datos, porque la calidad de nuestra estrategia, tanto de salud como de reactivación económica, va a depender de la capacidad de focalizar esa estrategia con datos de alta frecuencia y alta resolución”. "La estrategia de Occidente ha sido bastante pobre: que se queden todos en la casa. Lo que el coronavirus nos ha enseñado es que básicamente tenemos un gran problema de datos, porque la calidad de nuestra estrategia, tanto de salud como de reactivación económica, va a depender de la capacidad de focalizar esa estrategia con datos de alta frecuencia y alta resolución”. Hoy es casi un lugar común decir que la pandemia no solo la combaten epidemiólogos y especialistas en virus, sino también informáticos y expertos en data. ¿Es tan así? La idea de hacer una cuarenta más generalizada, es porque el problema se te fue de las manos y no sabes quién está infectado y quién no. Entonces paralizas todo. Así evitas el contagio y eres capaz de identificar a los contagiados. Pero puedes levantar esta cuarentena, siempre y cuando hayas sido capaz de identificar certeramente a todas las personas infectadas, aislarlas y a quienes estuvieron en contacto con ellas. Lo que nosotros tenemos que resolver ahora es esa segunda parte. En algún momento se va a tener que levantar la cuarentena y vamos a necesitar tecnología que nos permita la trazabilidad, si es que queremos volver a la normalidad. Si no tenemos eso, el virus va a crecer de nuevo y eso va a implicar una nueva cuarentena hasta que haya suficiente inmunidad en la población o hasta que haya una vacuna. ¿Crees que existe la capacidad hoy en Chile para hacer eso? La capacidad de tener datos de mayor calidad depende de la tecnología y nosotros todavía estamos contando las cosas manualmente, lo que hace difícil y casi imposible ir más allá de cientos de casos. Acaba de salir un paper en Science que dice que la trazabilidad sin tecnología va a ser ineficiente al punto que no va a ser útil. Vamos a necesitar nuevas apps para controlar el virus. Y en lenguaje de Chile, ¿dónde están los datos? En Telefónica, en Entel, Claro. ¿Dónde está la autoridad, el liderazgo? Idealmente vendría del sector público. ¿Dónde está la capacidad técnica para desarrollarlas? Si no está en las compañías de telecomunicaciones, sí hay otros informáticos que podrían armarlas. Pero en un ambiente de desconfianza es más difícil juntar las distintas piezas del rompecabezas. En Chile hay muchas críticas de la poca consistencia y los cambios de criterio con el que el Minsal ha entregado los datos. Para mí esto pone en evidencia la falta de capacidad. Y eso lo estamos viendo en varios lugares, no solo en Chile. En Estados Unidos, la mayoría de las fuentes de datos, son de la sociedad civil. El Covid Tracking Project parte de un periodista de The Atlantic y otras personas que están recopilando datos, porque el estado de Massachussets y Washington publican también un PDF al día con una tablita, porque hasta ahí llega su capacidad. Y en Europa es más o menos lo mismo. Occidente está básicamente usando las mismas técnicas de control de epidemias de hace dos siglos: la cuarentena generalizada y que se justifica en la ausencia de la tecnología necesaria para hacer cuarentenas focalizadas. ¿Eso es porque finalmente los gobiernos no se han tomado en serio en tema de los datos para hacer políticas públicas? Me gustaría que fuera tan fácil como eso, pero hay varias barreras que limitan el desarrollo de este tipo de proyectos, incluso cuando los gobiernos se lo toman en serio. Desde un punto de vista contractual, los gobiernos no tienen los instrumentos y vehículos necesarios para poder hacer infraestructura digital de calidad, ni para hacer mantenimiento a los softwares. Y eso lo he vivido en Chile y en otras partes. Por ejemplo, DataChile se entregó al gobierno de Chile a principios de 2018 y no han sido capaces de actualizarlo ni una vez. Y habría sido una infraestructura perfecta para hacer disponibles todos los datos del Covid si hubiese estado activo. Y habría sido aún más poderoso, porque podríamos haber conectado la data de economía, salud, etc. En Corea, en Taiwán o en China también han podido controlar el virus de mejor manera gracias a políticas de vigilancia más estrictas o autoritarias. Creo que hay ciertas diferencias culturales en la visión de la democracia y la sociedad que han permitido tomar caminos distintos. Y no es solo el autoritarismo, porque, por ejemplo, Taiwán es uno de los países más avanzados en gobiernos digitales. Pero hay quizás una visión más tecnocrática y menos política de los gobiernos. Estos se ven como entidades que están al servicio de la sociedad, de la industria y de la tecnología, y donde no necesariamente la elección política está tan orientada a tener una compatibilidad social moral con el electorado, sino una capacidad técnica de distribuir estos servicios de una manera eficiente a la población. En ese contexto, son gobiernos empoderados por su población para tener roles más protagónicos y centrales, y donde la política industrial y la colaboración entre el gobierno y las empresas existe hace muchos años. En Occidente tenemos una visión de gobierno que es menos tecnocrática, más legislativa, política y moral, y en este tipo de asuntos, donde realmente uno necesita un gobierno con una capacidad técnica fuerte, nos falla. CÉSAR HIDALGO: MONOPOLIO DE LOS DATOS, ¿UN NUEVO PODER? VíA LA VANGUARDIA YUVAL NOAH HARARI, HISTORIADOR Y FILÓSOFO. 05/04/2020 La humanidad se enfrenta a una crisis mundial. Quizá la mayor crisis de nuestra generación. Las decisiones que tomen los ciudadanos y los gobiernos en las próximas semanas moldearán el mundo durante los próximos años. No sólo moldearán los sistemas sanitarios, sino también la economía, la política y la cultura. Debemos actuar con rapidez y resolución. Debemos tener en cuenta, además, las consecuencias a largo plazo de nuestras acciones. Al elegir entre alternativas, hay que preguntarse no sólo cómo superar la amenaza inmediata, sino también qué clase de mundo queremos habitar una vez pasada la tormenta. Sí, la tormenta pasará, la humanidad sobrevivirá, la mayoría de nosotros seguiremos vivos... pero viviremos en un mundo diferente. Muchas medidas a corto plazo tomadas durante la emergencia se convertirán en parte integral de la vida. Esa es la naturaleza de las emergencias. Aceleran los procesos históricos. Decisiones que en tiempos normales llevarían años de deliberación se aprueban en cuestión de horas. Tecnologías incipientes o incluso peligrosas se introducen a toda prisa, porque son mayores los riesgos de no hacer nada. Países enteros hacen de cobayas en experimentos sociales a gran escala. ¿Qué ocurre cuando todo el mundo trabaja desde casa y se comunica sólo a distancia? ¿Qué ocurre cuando escuelas y universidades dejan de ser presenciales? En tiempos normales, los gobiernos, las empresas y los juntas educativas no aceptarían nunca llevar a cabo semejantes experimentos. Pero no son estos tiempos normales. En este momento de crisis, nos enfrentamos a dos elecciones particularmente importantes. La primera es entre vigilancia totalitaria y empoderamiento ciudadano. La segunda es entre aislamiento nacionalista y solidaridad mundial. Vigilancia “hipodérmica” Con el fin de detener la epidemia, toda la población debe seguir ciertas pautas. Hay dos formas principales de lograrlo. Un método es que el gobierno vigile a la población y castigue a quienes incumplan las reglas. Hoy, por primera vez en la historia humana, la tecnología hace posible vigilar a todo el mundo todo el tiempo. Hace cincuenta años, el KGB no podía seguir a 240 millones de ciudadanos soviéticos las 24 horas del día, ni aspirar a procesar de modo eficaz toda la información reunida. Debía recurrir a agentes y analistas humanos y le resultaba sencillamente imposible colocar a un agente tras cada persona. Sin embargo, ahora los gobiernos pueden recurrir a ubicuos sensores y potentes algoritmos, por lo que no necesitan espías de carne y hueso. En su batalla contra la epidemia del coronavirus, varios gobiernos han desplegado ya las nuevas herramientas de vigilancia. El caso más notable es China. Escudriñando los teléfonos de los ciudadanos, haciendo uso de cientos de millones de cámaras con reconocimiento facial y obligando a las personas a controlar su temperatura y situación médica e informar sobre ellas, las autoridades chinas no sólo son capaces de determinar rápidamente quiénes son los posibles portadores del coronavirus, sino también de seguir sus movimientos e identificar a quienes entran en contacto con ellos. Toda una gama de aplicaciones para el móvil advierten a los ciudadanos de la proximidad de personas infectadas. Esa clase de tecnología no se limita a Asia oriental. El primer ministro israelí Benjamin Netanyahu autorizó recientemente el despliegue por parte del Servicio de Seguridad General de la tecnología de vigilancia normalmente reservada a la lucha contra el terrorismo para seguir a pacientes con coronavirus. El correspondiente subcomité parlamentario se negó a autorizar la medida, pero Netanyahu la impuso con un “decreto de emergencia”. Hay que elegir entre vigilancia totalitaria y empoderamiento ciudadano; y entre aislamiento nacionalista y solidaridad mundial Cabría argumentar que todo esto no tiene nada de nuevo. En los últimos años, los gobiernos y las empresas han recurrido a tecnologías cada vez más sofisticadas para rastrear, vigilar y manipular a las personas. Sin embargo, si no tenemos cuidado, la epidemia podría marcar un importante hito en la historia de la vigilancia. No sólo porque cabe la posibilidad de que normalice el despliegue de los instrumentos de vigilancia masiva en países que hasta ahora los habían rechazado, sino también porque supone una drástica transición de una vigilancia “epidérmica” a una vigilancia “hipodérmica”. Hasta la fecha, cuando tocábamos la pantalla del móvil y clicábamos sobre un enlace, el gobierno quería saber sobre qué clicaba exactamente nuestro dedo. Sin embargo, con el coronavirus, el objeto de atención se desplaza. El gobierno quiere saber ahora la temperatura del dedo y la presión sanguínea bajo la piel. El pudin de emergencia Uno de los problemas a los que nos enfrentamos a la hora de comprender en qué punto nos encontramos en relación con la vigilancia es que ninguno de nosotros sabe exactamente cómo somos vigilados ni que ocurrirá en los próximos años. La tecnología de la vigilancia se desarrolla a una velocidad de vértigo y lo que parecía ciencia ficción hace 10 años es hoy una noticia desfasada. Hagamos un experimento mental. Imaginemos un hipotético gobierno que exige a todos los ciudadanos que llevemos una pulsera biométrica para vigilar la temperatura corporal y el ritmo cardíaco las 24 horas del día. Los algoritmos estatales almacenan y analizan los datos resultantes. De ese modo sabrán que estamos enfermos antes incluso de que lo sepamos nosotros mismos, y también sabrán dónde hemos estado y con quién nos hemos reunido. Sería posible reducir de modo drástico las cadenas de infección e incluso frenarlas por completo. Presumiblemente semejante sistema sería capaz de detener en seco la epidemia en un plazo de días. Maravilloso, ¿verdad? El inconveniente, claro está, es que legitimaría un nuevo y espantoso sistema de vigilancia. Si alguien sabe, por ejemplo, que he clicado en un enlace de Fox News en lugar de hacerlo en uno de la CNN, aprenderá algo acerca de mis opiniones políticas y quizás incluso de mi personalidad. Ahora bien, si puede vigilar lo que me sucede con la temperatura corporal, la presión sanguínea y el ritmo cardíaco mientras veo las imágenes, puede aprender lo que me hace reír, lo que me hace llorar y lo que realmente me enfurece. Resulta crucial recordar que la ira, la alegría, el aburrimiento y el amor son fenómenos biológicos como la fiebre y la tos. La misma tecnología que identifica la tos podría también identificar las risas. Si las empresas y los gobiernos empiezan a recopilar datos biométricos en masa, pueden llegar a conocernos mucho mejor de lo que nos conocemos nosotros mismos, y entonces no sólo serán capaces de predecir nuestros sentimientos sino también manipularlos y vendernos lo que quieran, ya sea un producto o un político. Semejante vigilancia biométrica haría que las tácticas de hackeo de datos de Cambridge Analytica parecieran de la Edad de Piedra. Imaginemos a Corea del Norte en 2030, cuando todos los ciudadanos deban llevar una pulsera biométrica las 24 horas del día. Si al escuchar un discurso del Gran Líder la pulsera capta señales de ira, ya podemos despedirnos de todo. Es posible, por supuesto, defender la vigilancia biométrica como medida temporal adoptada durante un estado de emergencia. Una medida que desaparecería una vez concluida la emergencia. Sin embargo, las medidas temporales tienen la desagradable costumbre de durar más que las emergencias; sobre todo, si hay siempre una nueva emergencia acechando en el horizonte. Mi país natal, Israel, por ejemplo, declaró durante su guerra de independencia de 1948 un estado de emergencia con el que se justificaron una serie de medidas temporales, desde la censura de prensa y la confiscación de tierras hasta unas normas especiales para hacer pudin (no es broma). La guerra de independencia se ganó hace mucho tiempo, pero Israel nunca ha suspendido el estado de emergencia y no ha logrado abolir muchas de las medidas “temporales” de 1948 (clementemente, el decreto de emergencia acerca del pudín se abolió en 2011). Incluso cuando las infecciones por coronavirus se reduzcan a cero, algunos gobiernos ávidos de datos podrían argumentar que necesitan mantener los sistemas de vigilancia biométrica porque temen una segunda oleada de la epidemia, o porque una nueva cepa de ébola se está extiendo por el África central, o porque... ya ven por dónde va la cosa. En los últimos años se está librando una gran batalla en torno a nuestra intimidad. La crisis del coronavirus podría ser el punto de inflexión en ella. Porque, cuando a la gente se le da a elegir entre la intimidad y la salud, suele elegir la salud. La policía del jabón En el hecho de pedir a la gente que elija entre intimidad y salud reside, en realidad, la raíz misma del problema. Porque se trata de una falsa elección. Podemos y debemos disfrutar tanto de la intimidad como de la salud. Es posible proteger nuestra salud y detener la epidemia de coronavirus sin tener que instituir regímenes de vigilancia totalitarios, sino más bien empoderando a los ciudadanos. En las últimas semanas, algunos de los esfuerzos que más éxito han tenido a la hora de contener la epidemia han sido los organizados por Corea del Sur, Taiwán y Singapur. Aunque esos países hicieron uso de las aplicaciones de seguimiento, han confiado mucho más en las pruebas exhaustivas, la información veraz y la cooperación voluntaria de una población bien informada. La vigilancia centralizada y los castigos severos no son la única forma de hacer cumplir unas pautas beneficiosas. Cuando se comunica hechos científicos a la población y ésta confía en que las autoridades públicas les transmitirán esos hechos, los ciudadanos pueden hacer lo correcto sin necesidad de la vigilancia de un Gran Hermano. Una población automotivada y bien informada suele ser mucho más poderosa y eficaz que una población controlada e ignorante. Consideremos, por ejemplo, el hecho de lavarnos las manos con jabón. Ha sido uno de los mayores avances de la historia de la higiene humana. Ese sencillo acto salva millones de vidas todos los años. Aunque es algo que damos por hecho, no fue hasta el siglo XIX cuando los científicos descubrieron la importancia de lavarse las manos con jabón. Antes, incluso médicos y enfermeras pasaban de una operación quirúrgica a otra sin lavarse las manos. Hoy miles de millones de personas lo hacen diariamente, no porque tengan miedo de la policía del jabón, sino porque entienden los hechos. Me lavo las manos con jabón porque sé cosas acerca de los virus y las bacterias, entiendo que esos pequeños organismos causan enfermedades y sé que el jabón puede acabar con ellos. Sin embargo, para lograr tal nivel de conformidad y cooperación, se precisa confianza. La gente tiene que confiar en la ciencia, las autoridades públicas y los medios de comunicación. En los últimos años, los políticos irresponsables han socavado de forma deliberada la confianza en la ciencia, las autoridades públicas y los medios de comunicación. Ahora esos mismos políticos irresponsables podrían verse tentados de tomar la senda del autoritarismo, argumentando que no cabe confiar en que la población haga lo correcto. Si gobiernos y empresas reúnen datos biométricos en masa, sabrán más de nosotros que nosotros mismos Por lo general, una confianza que se ha erosionado durante años no puede reconstruirse de la noche a la mañana. Sin embargo, no son éstos tiempos normales. En un momento de crisis, las mentes también pueden cambiar con rapidez. Podemos mantener amargas discusiones con nuestros hermanos durante años, pero cuando ocurre alguna emergencia descubrimos de repente una reserva oculta de confianza y amistad, y corremos a ayudarnos mutuamente. En lugar de construir un régimen de vigilancia, no es demasiado tarde para reconstruir la confianza de la gente en la ciencia, las autoridades públicas y los medios de comunicación. No cabe duda de que debemos hacer uso también de las nuevas tecnologías, pero esas tecnologías deberían empoderar a los ciudadanos. Estoy a favor de controlar mi temperatura corporal y mi presión sanguínea, pero esos datos no deberían utilizarse para crear un gobierno todopoderoso. Esos datos deberían hacer que yo pueda tomar decisiones personales más informadas, y también que el gobierno responda de sus decisiones. Si pudiera hacer un seguimiento de mi propia situación médica las 24 horas del día, no sólo sabría si me he convertido en un peligro para la salud de otras personas, sino también qué costumbres contribuyen a mi propia salud. Y si pudiera acceder a estadísticas fiables sobre la propagación del coronavirus y analizarlas, me encontraría en capacidad de juzgar si el gobierno me está diciendo la verdad y si está adoptando las políticas adecuadas para combatir la epidemia. Siempre que se hable de vigilancia, debemos recordar que la misma tecnología de vigilancia no sólo puede utilizarse por los gobiernos para vigilar a los individuos, sino también por los individuos para vigilar a los gobiernos. Por lo tanto, la epidemia de coronavirus constituye un importante test de ciudadanía. En días venideros, la elección de todos debería ser confiar en los datos científicos y los expertos en salud, en lugar de hacerlo en teorías conspirativas sin fundamento alguno y en políticos interesados. Si no tomamos la decisión correcta, quizá nos encontremos renunciando a nuestras más preciadas libertades, convencidos de que ésa es la única manera de salvaguardar nuestra salud. Necesitamos un plan mundial La segunda elección importante a la que debemos enfrentamos es entre el aislamiento nacionalista y la solidaridad mundial. Tanto la propia epidemia como la crisis económica resultante son problemas mundiales. Sólo pueden resolverse eficazmente mediante la cooperación mundial. En primer lugar, para derrotar el virus necesitamos ante todo compartir globalmente la información. Es la gran ventaja de los seres humanos sobre los virus. Un coronavirus en China y un coronavirus en Estados Unidos no pueden intercambiar consejos sobre cómo infectar a los humanos. Sin embargo, China puede enseñar a Estados Unidos muchas lecciones valiosas sobre los coronavirus y cómo tratarlos. Lo que un médico italiano descubre en Milán a primera hora de la mañana puede salvar vidas en Teherán por la tarde. Cuando el gobierno del Reino Unido duda entre diversas políticas, puede obtener consejo de los coreanos que ya se enfrentaron a un dilema similar hace un mes. Ahora bien, para que eso suceda, necesitamos un espíritu de cooperación y confianza mundial. Los países deben estar dispuestos a compartir información de forma abierta y buscar humildemente asesoramiento, y ser capaces de confiar en los datos y las ideas que reciben. También necesitamos un esfuerzo mundial para producir y distribuir equipos médicos; sobre todo, kits de pruebas y respiradores. En lugar de que cada país trate de actuar localmente y acumule todos los equipos que pueda acaparar, el esfuerzo mundial coordinado aceleraría enormemente la producción de equipos susceptibles de salvar vidas y aseguraría una distribución más justa. Así como los países nacionalizan sectores clave durante una guerra, la guerra humana contra el coronavirus nos exige que “humanicemos” las cadenas de producción cruciales. Un país rico con pocos casos de infectados debería estar dispuesto a enviar los preciados equipos a un país más pobre con muchos casos, convencido de que, si más tarde necesita ayuda, otros países se la brindarán. Los países deben estar dispuestos a compartir información de forma abierta Consideremos un esfuerzo mundial similar para reunir personal médico. Los países hoy menos afectados podrían enviar personal médico a las regiones más afectadas del mundo, tanto para ayudarlos en sus momentos de necesidad como para adquirir una valiosa experiencia. Si más adelante el foco de la epidemia se desplaza, la ayuda podría empezar a fluir en la dirección opuesta. La cooperación mundial es esencial también en el frente económico. Dada la naturaleza global de la economía y las cadenas de suministro, si cada gobierno obra por su cuenta haciendo caso omiso de los demás, el resultado será el caos y el agravamiento de la crisis. Necesitamos un plan de acción mundial, y lo necesitamos sin tardanza. Una parálisis colectiva se ha apoderado de la comunidad internacional. No parece que haya adultos en la sala Otro requisito es alcanzar un acuerdo mundial sobre los viajes. La suspensión de todos los viajes internacionales durante meses causará tremendas dificultades y obstaculizará la guerra contra el coronavirus. Los países deben cooperar para permitir que al menos un pequeño grupo de viajeros esenciales sigan cruzando las fronteras: científicos, médicos, periodistas, políticos, empresarios. Se puede conseguir mediante un acuerdo mundial sobre preselección de viajeros en el país de origen. Si sólo se permite subir a un avión a viajeros cuidadosamente seleccionados, se estará más dispuesto a aceptarlos en el país de destino. Por desgracia, los países apenas toman hoy alguna de esas medidas. Una parálisis colectiva se ha apoderado de la comunidad internacional. No parece que haya adultos en la sala. La celebración de una reunión de emergencia de los dirigentes mundiales para trazar a un plan de acción común habría sido deseable hace ya muchas semanas. Sólo a mediados de marzo lograron los dirigentes del G-7 organizar una videoconferencia, sin que por otra parte saliera de ella ningún plan en ese sentido. En anteriores crisis mundiales (como la crisis económica de 2008 y la epidemia del ébola de 2014), Estados Unidos asumió el papel de líder mundial. Sin embargo, el actual gobierno estadounidense ha renunciado a la labor de liderazgo. Ha dejado bien claro que la grandeza de Estados Unidos le importa mucho más que el futuro de la humanidad. Esa administración ha abandonado incluso a sus aliados más estrechos. Cuando prohibió todos los viajes procedentes de la Unión Europea, ni siquiera se molestó en notificarla con antelación, y mucho menos en llevar a cabo una consulta sobre una medida tan drástica. Ha escandalizado a Alemania ofreciendo supuestamente mil millones de dólares a una empresa farmacéutica de ese país para comprar los derechos monopólicos de una nueva vacuna contra la covid-19. Incluso si el actual gobierno estadounidense cambiara finalmente de rumbo y presentara un plan de acción mundial, pocos seguirían a un dirigente que nunca asume ninguna responsabilidad, nunca admite ningún error y que acostumbra a atribuirse siempre todos los méritos y achacar toda la culpa a los demás. Toda crisis es una oportunidad: esperemos que la actual epidemia contribuya a que la humanidad se dé cuenta del peligro que supone la desunión Si el vacío dejado por Estados Unidos no es ocupado por otros países, no sólo será mucho más difícil detener la actual epidemia, sino que su legado seguirá envenenando las relaciones internacionales en los próximos años. Sin embargo, toda crisis es también una oportunidad. Esperemos que la actual epidemia contribuya a que la humanidad se dé cuenta del grave peligro que supone la desunión mundial. Debemos tomar una decisión. ¿Viajaremos por la senda de la desunión o tomaremos el camino de la solidaridad mundial? Elegir la desunión no sólo prolongará la crisis, sino que probablemente dará lugar a catástrofes aún peores en el futuro. Elegir la solidaridad mundial no sólo será una victoria contra el coronavirus, sino también contra todas las futuras crisis y epidemias que puedan asolar a la humanidad en el siglo XXI. --- Libros del autor. (WEB) |
José Manuel Rábade RocaPh.D. Ciudadano crítico. Trabajando e investigando en seguridad, pero ante todo abierto al cambio. Archivos
Noviembre 2023
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